viernes, 9 de mayo de 2008

Puerto Rico, Puerto Pobre

Así se refería el poeta Neruda a la isla varias décadas atrás, cuando reflexionaba en torno a la desdicha material que afectaba sus habitantes. Pareciera que los tiempos han cambiado. Ya nadie canta sobre la desdicha de los puertorriqueños, como lo hiciera Víctor Jara en el Lamento Borincano. En lugar de ello, hoy Puerto Rico proyecta una imagen de economía moderna y turismo de lujo, donde el “bling bling” destella por doquier y el regguetón vende una imagen país que sublima muchos de los problemas políticos y sociales más urgentes.

Según el Banco Mundial, el ingreso de los puertorriqueños excede US$11,116 anuales por persona, y por ello la isla se cuenta en el grupo de los países de “alto ingreso”, el mismo en que se encuentran Francia, España y Dinamarca. De acuerdo a ésta clasificación, Puerto Rico entonces podría considerarse como el único país desarrollado de América Latina. Pero ¿qué tan desarrollada es ésta nación caribeña? La cosa no es tan clara como aparenta ser...


A 515 años de su conquista por los españoles, Puerto Rico continúa siendo un territorio colonizado. Desde 1898 es un país intervenido por los Estados Unidos, donde sus habitantes tienen ciudadanía estadounidense, pero no pueden votar por el presidente del Norte. Los puertorriqueños no tienen que pagar impuestos federales, pero tampoco tienen representación en el Congreso de los Estados Unidos. Tan sólo tienen allí un representante, con derecho a voz, pero sin derecho a voto.


La naturaleza de la relación con Estados Unidos es tal, que aunque los puertorriqueños pueden elegir representantes y senadores a un parlamento insular, todas las leyes aprobadas por ése cuerpo legislativo están supeditadas a la Constitución de Estados Unidos. Por lo mismo, cualquier decisión hecha por el Tribunal Supremo de Puerto Rico, es apelable ante la Corte Suprema en Washington D.C. Más claro no canta un gallo: la última palabra en Puerto Rico no la tienen los puertorriqueños, la tiene Estados Unidos.


¿Cómo se sienten los puertorriqueños en cuanto a ésta relación? No es fácil contestar la pregunta: por un lado la gran mayoría siente orgullo de portar un pasaporte estadounidense, pero por otro lado declara un devoto orgullo nacional que se manifiesta en un sólido apego a sus costumbres, tradiciones e idioma, de firme vocación latinoamericana y caribeña. Tan es así, aunque cueste creerlo, que algunos de los temas que han generado más debate a la hora de discutir el futuro político de la isla, gravitan en torno a la posibilidad de mantener la representación olímpica internacional o el poder seguir mandando una representante a competir en el certamen de Miss Universo. Muy folclórico y hasta trivial podrá sonar, pero revela hasta qué punto para los boricuas es irrenunciable su necesidad de seguir manteniendo una identidad nacional.


El número de puertorriqueños que se pronuncia a favor de obtener la independencia para la isla es mínimo: no pasa de un 10%, de acuerdo a los estimados más optimistas. Y es que los puertorriqueños son un fiel ejemplo del cuadro que hizo Albert Memmi en su famoso libro El Retrato del Colonizado. Hablamos de un país en el que durante cinco siglos a la gente se le inculcó una idea de inferioridad con respecto a la metrópolis, y la gente a nivel inconsciente (o conciente, me corregirán algunos) la compró. No son pocos los que piensan que el día después que Puerto Rico sea independiente, no va a salir agua por la llave. Sin embargo, y aquí está lo curioso, se defiende a brazo partido todo lo que huela a reafirmación nacional.


Para muestra, con un botón basta: en el 2006 fue asesinado Filiberto Ojeda Ríos por agentes del Negociado Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés). Ojeda, líder del movimiento independentista Ejército Popular Boricua (también conocido como Macheteros), llevaba más de diez años en el clandestinaje, figurando en la lista de los más buscados del FBI. El movimiento de los Macheteros nunca había tenido amplio respaldo popular, pero con el tiempo la figura de Filiberto ya se había convertido en parte del imaginario colectivo, como un personaje quijotesco capaz de defender su causa y el ideal de puertorriqueñidad contra viento y marea. El 23 de septiembre, día en que se conmemora la insurrección independentista contra el imperio español, la casa donde Ojeda se encontraba fue rodeada por agentes federales. Tras éste resistir el arresto, fue acribillado a balazos y muerto tras una larga agonía.


El asesinato generó la indignación popular a través de todos los sectores ideológicos. Se dieron manifestaciones espontáneas de protesta a lo largo de la isla, y de inmediato el Gobernador (que pertenece al partido que favorece la continuación de la colonia) exigió a los federales una pesquisa sobre el asesinato. El funeral del líder independentista se dio en el Colegio de Abogados, y por allí desfilaron cientos de personas de todas las ideologías políticas a rendirle tributo, todos denunciando lo que más allá de un abuso de poder también representaba una afrenta a la dignidad nacional.

Hoy Puerto Rico se sigue sumido en la indefinición política, y a pesar de la clasificación del Banco Mundial, persiste en la isla un alto nivel de pobreza. Si comparamos su ingreso per cápita con el resto de Estados Unidos, el ingreso de los puertorriqueños se encuentra por debajo que el de Mississippi, el estado más pobre de la unión. Tan es así, que por mucho tiempo los partidarios de que la isla se convierta en el estado 51 de los Estados Unidos han hecho campaña bajo la consigna de que “la estadidad es para los pobres”, aludiendo a los muchos fondos federales para los que la isla sería elegible de convertirse en estado.

Todo esto apunta a la vigencia de los versos de Neruda, porque la pobreza no se mide sólo en dólares y centavos. La pobreza es multidimensional, y en ése sentido, Puerto Rico todavía padece de muchas otras carencias que son comunes al resto de América Latina. Más allá del bling bling, el regguetón y las palmeras, se asoma Puerto Pobre.
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Escrito para Crónica Digital (Chile)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bien documentado tu argumento. Debes ser boricua. pero, Si no eres de Puerto Rico, no se cómo puedes explicar tan bien nuestra situación, pues ciertamente es muy difícil de entender por el resto del mundo. La agonía moral, la agonía de la identidad nacional y social que vivimos hoy, bien la vislumbró Don Pedro Albizu Campos hace más de 70 años atrás. Entendió como pocos, el peligro que representaría para nuestra nación, el permanecer bajo una situación colonial como la que nos encontrabamos antes, y aún permanecemos en ella. Cuando lei a Memi en la universidad, pude entender mejor el porqué del pensamiento colonial en la gran mayoría de los boricuas. Creo que la cura a eso, al igual que Albizu y Hostos, es la educación. hace ya mas de 140 años un frustrado Betances grito... "que pasa con los puertorriqueños que no se rebelan!!!" saludos
rogelio

Héctor M. Cruz dijo...

Muchas gracias, Rogelio, por tu comentario. En efecto, soy puertorriqueño, y concuerdo contigo en que para mucha gente es difícil digerir una situación tan compleja como ésta. Ciertamente hay que educar, y confío, como tú, en que ahí yace una de las principales claves para solucionar la indignidad de nuestra condición colonial. Saludos para tí también.