lunes, 1 de julio de 2013

Ser -y sentirse- latinoamericano

Siento que todo está cambiando a nuestro alrededor
respiro un aire cada vez mejor 
que exalta el grito de mi corazón 
hacia esta región
Buenos días América, Pablo Milanés

Yo nací en Puerto Rico, hijo orgulloso de la patria de Albizu, de El Yunque y del hablar arrastrao que nos marcó como pueblo caribeño más allá de toda duda. Según el difunto Luis Ferré, padre del anexionismo contemporáneo, “los puertorriqueños somos más americanos que latinoamericanos”. Yo difiero.

Cuando tuve 23 años, en la misma semana de cumplirlos, me marché a vivir –por vez primera- en la América continental indo-afro-latinoamericana. Guatemala fue el destino. Allí conocí indígenas de carne y hueso, porque en la tierra que nací los colonizadores me arrancaron el gusto de conocer Taíno alguno. Esa experiencia, de conocerles y de trabajar con ellos, me borró para siempre la imagen del indio de “estampita”. Me di cuenta de sus carencias, de sus abundancias, de sus borracheras con boj para adormecer el dolor de la miseria, de su generosidad, de sus disposiciones aguerridas y sumisas, de sus silencios simples y reflexivos; y por un momento me desorienté. Me desorienté porque no reconocía algunas de sus características en mi cultura. Y ahí fue que descubrí al negro.

Estando en Centroamérica conocí sus cinco repúblicas originales, pero de todas la que se robó mi corazón fue Nicaragua: la más pobre, la más revolucionaria, en la que el valeverguismo impera y –aunque los embates sean frecuentemente devastadores- la esperanza no se muere. Sandino fue el imán que hasta allí me atrajo, y el que allí me haría regresar años después para vivir en carne propia y en tiempo extendido aquél calor que en abril te derrite el alma y te hace desear las primeras lluvias de mayo con las mismas ansias que un niño espera el regalo de navidad.

Antes de volver a Nicaragua, sin embargo, me tocó ir más al sur para conocer los cielos del cóndor y los Andes nevados. Hasta Chile me mandó la vida, por los días en que Pinochet regresaba de Londres y en que a pesar de vivir en “democracia”, la bota militar aún se hacía sentir amenazante. Allá conocí de cerca a Violeta, a Victor, al Allende muerto en su tumba de Recoleta y al Allende vivo en el testimonio de aquellos cuyos ojos brillaban cada vez que hablaban de la Unidad Popular y de los días en que la utopía parecía estar acercándose cada vez más.

Pero a aquella utopía la hicieron mierda los milicos auspiciados por Washington, los mismos que arropados en otros colores desaparecieron a 30 mil en la Argentina. Esa fue mi gran otra parada en el Sur, una ordenada por los recuerdos de mi infancia cuando leía la revista para niños Billiken. Mediante ésa revista adquirí conciencia de otro país, que hablaba español y (a diferencia del mío) celebraba su bandera. Por eso la Argentina fue mi primer amor latinoamericano, un amor platónico, a la distancia, que soñaba con el día del primer encuentro. Años después, después de ésa primera visita cuando vivía en Chile y de muchas otras que le siguieron, sigo enamorado. Para acercar el recuerdo, de vez en cuando me preparo un mate y me escucho a Piazzolla.

Entrada mi cuarta década de vida, y como si hubiera sido acción consciente para atar mis destinos a los del Sur americano, me casé con una brasileña. Tal vez por la barrera lingüística, o quizás porque su fuerza cultural me resultaba intimidante y difícil de entender, Brasil nunca me atrajo mucho. De a poquito, sin embargo, aprendí el idioma. Y como –según Unamuno- la lengua es “la sangre del espíritu”, por ahí seguí aprendiendo de otras cosas, desde música y cocina, hasta fútbol y candomble. Lo que me viene faltando es samba, porque mis pies salseros todavía se niegan a moverse en otro ritmo. Pero bueno, ahí vamos… de a poquito. Total, que me enamoré también de Brasil y ahora también me siento “brasileiro”.

Y ahora en éstos años, en éstos días que el continente se va despertando, que sus miembros van pensando por sí mismo y se van dando cuenta de que entre ellos pueden, que entre todos podemos, no se puede menos que sentir un gran orgullo y optimismo. En Chile los estudiantes se constituyen en una ola cada vez más grande para obtener la educación gratuita, en Nicaragua se restituyen los derechos arrebatados a fuerza de guerra e intimidación, en Brasil las calles cobran vida a las puertas del Mundial, en Venezuela se mantiene la lucha aunque muera su líder, en Argentina se va recobrando la Argentina para los argentinos, en Ecuador Correa –ante la amenaza de no asilar a Snowden- le responde al Norte con una lección de lo que es democracia, y en Bolivia Evo construye una nueva patria plurinacional dando cátedra de cómo ir construyendo esa utopía paso a paso.

Es un feliz momento para ser –y sentirse- latinoamericano.

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