viernes, 3 de agosto de 2018

Carta abierta a Rafael Cancel Miranda

Buena parte del independentismo puertorriqueño –donde se encuadra la mayoría de la izquierda isleña- ha hecho mutis frente a la masacre que se viene dando hace meses en Nicaragua. Este escrito llama a posicionarse con el pueblo, y no con quien se abroga su representación.

Estimado don Rafa:

Recientemente vi que hizo pública en Facebook, una carta que le escribió al Comandante Daniel Ortega en el 2011, agradeciendo su solidaridad con la causa de Puerto Rico. Aunque no lo haga explicito, por el título de “Solidaridad con Nicaragua” y el momento en que la publicó, no puedo más que pensar que lo hizo para apoyar al presidente en esta coyuntura terrible por la que pasa su país.

Nadie duda que la lealtad y el agradecimiento son valores supremos. Tampoco hay duda de que Daniel Ortega y el Frente Sandinista han sido punta de lanza en la defensa de la soberanía puertorriqueña.  Dicho eso, don Rafa, los seres humanos cambian, y no siempre para bien.  La historia está llena de ejemplos de líderes que asumieron heroicamente la lucha por la liberación de sus pueblos, y una vez encumbrados, se acomodaron e hicieron concesiones en aras de mantener el poder por el poder mismo.

Quien le escribe vivió por años en Nicaragua, hasta considerar la tierra de Sandino como una segunda patria. Hasta el 19 de abril, defendí –desde una postura crítica- la gestión de Daniel Ortega por estar convencido de que a pesar de sus contradicciones había hecho más por los pobres que todos los gobiernos anteriores juntos.  Pero entonces vinieron las matanzas de aquel día fatídico y guiado por el mismo sentido de justicia que me llevó a apoyarlo por tanto tiempo, tuve que levantar mi voz para exigir el cese de la represión.

Hoy, tres meses y medio después, ya pasan de trescientos los muertos. No todos son civiles, pero el consenso de todos los observadores apunta a que la gran mayoría de muertos ha sido a manos del estado.  Lo terrible es que al día de hoy ni una sola vez Ortega ha pedido perdón por su cuota de responsabilidad, ni ha llamado a la discreción en el uso de la fuerza, ni ha desautorizado la violencia paramilitar que aterra a la población indiscriminadamente. 

En días pasados un respetado militante sandinista dijo: “el antimperialismo… no es símil de hermandad y complicidad con gobernantes que masacran a su pueblo. Los intereses políticos de Estado si los hubiese, no podrán jamás estar por encima de la moral y la ética revolucionaria.” La lealtad –cuando de política se trata- debe mantenerse siempre en función de los ideales y el respeto a la vida, no de líderes que sacrifican a su gente para mantener el poder.  Los líderes se corrompen y pasan, los ideales no.

Aunque haya sectores reaccionarios que busquen sacar ganancia de esta crisis, lo que pasa en Nicaragua no se explica como un intento de “golpe blando” ni de intervención extranjera, como en la época de Reagan. De ello crecientemente va dando cuenta la izquierda internacional, al marcar distancia con las acciones que ejerce el gobierno nicaragüense contra su población. ¿No le dice algo que con la excepción de dos miembros del ALBA, todos los demás se hayan abstenido o votado a favor de la resolución de la OEA contra el gobierno de Ortega?

La patria soberana y solidaria con la que sueño para Puerto Rico es una en que el respeto a la vida de sus ciudadanos –sin importar sus opiniones- sea la prioridad del gobierno.  Aspiro a que las personas sean quienes guíen los pasos del líder, y que este no sea más que un vehículo para ejecutar el sentir popular en aras del buen vivir.  No puedo, por más deuda de gratitud que tenga con otro, cerrar los ojos a una injusticia que sería intolerable –bajo cualquier pretexto- si ocurriera en mi país.

Usted, don Rafa, es ejemplo de lo que es entregar la vida por un ideal. Somos muchos quienes le respetamos y deseamos que en esta patria haya más hijos con su misma valentía para luchar por lo que es justo. Sea una vez más, con su denuncia de lo que pasa en Nicaragua, ejemplo para que otros trasciendan sus ortodoxias, y también unan sus voces a ese  pueblo valeroso que de nuevo se levanta dignamente para defender su libertad.


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viernes, 1 de julio de 2016

Carta abierta a mi compadre

Querido Pedro:

Los últimos días han sido de mucha reflexión, tras ver la aprobación de una Junta Federal de Control Fiscal para Puerto Rico y ponderar todo lo que conlleva: la desmitificación del Estado Libre Asociado, la descubierta del colonialismo crudo, y el espectro de imposiciones que sin duda habrán de cobrar un alto precio de nuestro pueblo.

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lunes, 1 de julio de 2013

Ser -y sentirse- latinoamericano

Siento que todo está cambiando a nuestro alrededor
respiro un aire cada vez mejor 
que exalta el grito de mi corazón 
hacia esta región
Buenos días América, Pablo Milanés

Yo nací en Puerto Rico, hijo orgulloso de la patria de Albizu, de El Yunque y del hablar arrastrao que nos marcó como pueblo caribeño más allá de toda duda. Según el difunto Luis Ferré, padre del anexionismo contemporáneo, “los puertorriqueños somos más americanos que latinoamericanos”. Yo difiero.

Cuando tuve 23 años, en la misma semana de cumplirlos, me marché a vivir –por vez primera- en la América continental indo-afro-latinoamericana. Guatemala fue el destino. Allí conocí indígenas de carne y hueso, porque en la tierra que nací los colonizadores me arrancaron el gusto de conocer Taíno alguno. Esa experiencia, de conocerles y de trabajar con ellos, me borró para siempre la imagen del indio de “estampita”. Me di cuenta de sus carencias, de sus abundancias, de sus borracheras con boj para adormecer el dolor de la miseria, de su generosidad, de sus disposiciones aguerridas y sumisas, de sus silencios simples y reflexivos; y por un momento me desorienté. Me desorienté porque no reconocía algunas de sus características en mi cultura. Y ahí fue que descubrí al negro.

Estando en Centroamérica conocí sus cinco repúblicas originales, pero de todas la que se robó mi corazón fue Nicaragua: la más pobre, la más revolucionaria, en la que el valeverguismo impera y –aunque los embates sean frecuentemente devastadores- la esperanza no se muere. Sandino fue el imán que hasta allí me atrajo, y el que allí me haría regresar años después para vivir en carne propia y en tiempo extendido aquél calor que en abril te derrite el alma y te hace desear las primeras lluvias de mayo con las mismas ansias que un niño espera el regalo de navidad.

Antes de volver a Nicaragua, sin embargo, me tocó ir más al sur para conocer los cielos del cóndor y los Andes nevados. Hasta Chile me mandó la vida, por los días en que Pinochet regresaba de Londres y en que a pesar de vivir en “democracia”, la bota militar aún se hacía sentir amenazante. Allá conocí de cerca a Violeta, a Victor, al Allende muerto en su tumba de Recoleta y al Allende vivo en el testimonio de aquellos cuyos ojos brillaban cada vez que hablaban de la Unidad Popular y de los días en que la utopía parecía estar acercándose cada vez más.

Pero a aquella utopía la hicieron mierda los milicos auspiciados por Washington, los mismos que arropados en otros colores desaparecieron a 30 mil en la Argentina. Esa fue mi gran otra parada en el Sur, una ordenada por los recuerdos de mi infancia cuando leía la revista para niños Billiken. Mediante ésa revista adquirí conciencia de otro país, que hablaba español y (a diferencia del mío) celebraba su bandera. Por eso la Argentina fue mi primer amor latinoamericano, un amor platónico, a la distancia, que soñaba con el día del primer encuentro. Años después, después de ésa primera visita cuando vivía en Chile y de muchas otras que le siguieron, sigo enamorado. Para acercar el recuerdo, de vez en cuando me preparo un mate y me escucho a Piazzolla.

Entrada mi cuarta década de vida, y como si hubiera sido acción consciente para atar mis destinos a los del Sur americano, me casé con una brasileña. Tal vez por la barrera lingüística, o quizás porque su fuerza cultural me resultaba intimidante y difícil de entender, Brasil nunca me atrajo mucho. De a poquito, sin embargo, aprendí el idioma. Y como –según Unamuno- la lengua es “la sangre del espíritu”, por ahí seguí aprendiendo de otras cosas, desde música y cocina, hasta fútbol y candomble. Lo que me viene faltando es samba, porque mis pies salseros todavía se niegan a moverse en otro ritmo. Pero bueno, ahí vamos… de a poquito. Total, que me enamoré también de Brasil y ahora también me siento “brasileiro”.

Y ahora en éstos años, en éstos días que el continente se va despertando, que sus miembros van pensando por sí mismo y se van dando cuenta de que entre ellos pueden, que entre todos podemos, no se puede menos que sentir un gran orgullo y optimismo. En Chile los estudiantes se constituyen en una ola cada vez más grande para obtener la educación gratuita, en Nicaragua se restituyen los derechos arrebatados a fuerza de guerra e intimidación, en Brasil las calles cobran vida a las puertas del Mundial, en Venezuela se mantiene la lucha aunque muera su líder, en Argentina se va recobrando la Argentina para los argentinos, en Ecuador Correa –ante la amenaza de no asilar a Snowden- le responde al Norte con una lección de lo que es democracia, y en Bolivia Evo construye una nueva patria plurinacional dando cátedra de cómo ir construyendo esa utopía paso a paso.

Es un feliz momento para ser –y sentirse- latinoamericano.

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miércoles, 9 de noviembre de 2011

Elecciones en Nicaragua 2011: lo bueno, lo malo y lo irrefutable

Cuando se anunciaron los primeros resultados no sentí sorpresa. No hacían más que confirmar lo que venían pronosticando todas las encuestas desde hace meses: un triunfo claro y por amplio margen del Frente Sandinista de Liberación Nacional en las elecciones presidenciales.

Lo que sí me venía preocupando era el empeño del Consejo Supremo Electoral por limitar la observación nacional e internacional. ¿Porqué tantos peros si la ventaja es clarísima? ¿No sería mejor abrirles las puertas de par en par a todos los observadores para que legitimaran lo que a todas luces sería una clara victoria? Otra cosa: ¿cómo es posible que hasta la noche antes de las elecciones estuvieran repartiendo las cédulas que le permitirían votar a los ciudadanos? ¿Cómo tanta ineficiencia en algo que claramente despertaría sospechas de discrimen y parcialidad por parte de la autoridad electoral? Todavía no tengo las respuestas a éstas preguntas. No sé si atribuirlo a la mediocridad del consejo, a la estrechez de mente, a mala voluntad, o a una combinación de todo.

Pero en fin, lo cierto es que la jornada electoral fue un verdadero ejemplo de civismo. En mi recorrido por varios centros de votación se percibía tranquilidad, orden y diligencia en el sufragio de los ciudadanos. He visto elecciones en varios países y la verdad que el proceso en Nicaragua no tuvo nada que envidiar a los otros.
Según escuché de un amigo que fungió como observador (cuyo testimonio fue confirmado por otros), en algunos centros de votación encontró resistencia de los encargados a permitirle acceso a las juntas receptoras de votos. En lo personal, siento que más que querer esconder alguna “trampa”, la actitud de éstos funcionarios se debe mayormente a un celo extremo de sus funciones. Tal vez faltó más orientación de parte de las autoridades, asegurándose de que todos entendieran que los observadores tenían pleno acceso al proceso.

Al final del día, sin embargo, el tono general era uno de optimismo y admiración respecto a lo bien que había salido todo. Eso, hasta que se informaron los primeros resultados en que el FSLN llevaba el 64% de los votos. Comenzaron las acusaciones de fraude, el desconocimiento de los resultados, y el llamado a no dejarse intimidar por “la dictadura”.

¿Porqué? Existen varias razones. La primera fue el carácter arrollador del triunfo. Desde que terminó la revolución sandinista, ninguna fuerza política había logrado ganar con un mandato tan amplio. Dos: se acabó el mito de que el antisandinismo siempre es mayoría. Todos los votos de la oposición sumados no dan más de 38%. Tres: el sandinismo ganó la mayoría calificada en la Asamblea Nacional, permitiéndole incluso enmendar la constitución sin necesidad de hacer acuerdos extrapartidarios. Cuatro: el triunfo consolida el poder de Daniel Ortega como nunca antes en su vida política, levantando el espectro de un Hugo Chávez nicaragüense perpetuándose en la presidencia con respaldo popular.

Yo coincido con la oposición y con el informe preliminar de la Unión Europea en una cosa: el Consejo Supremo Electoral de Nicaragua deja mucho que desear. Su conducción del proceso pre-electoral no transpiró confianza, transparencia ni imparcialidad, ya que fue muy dado a adoptar posiciones en las que se hicieron claros sus prejucios hacia ciertos actores políticos y sociales. Afortunadamente, sin embargo, y a diferencia de las elecciones municipales del 2008, en éstas elecciones no ha habido indicio alguno de que el CSE haya metido la mano para alterar los resultados o inclinar la balanza hacia el lado ganador. La oposición despotrica denunciando fraude, pero hasta ahora no muestra evidencias.

Lo irrefutable es que a pesar de todas las cosas que pudieron haberse hecho de una mucho mejor manera, el FSLN ganó en buena lid. Así lo confirman las expresiones del jefe de misión de la Unión Europea, quien categóricamente descartó el fraude y recalcó que dicha palabra no se menciona en ninguna parte de su informe.

Por todo ello la oposición es irresponsable al inflamar los ánimos de sus seguidores reclamando un triunfo que nunca estuvieron cerca de obtener. Eso ellos lo saben. Lo que les motiva no es el deseo de recuperar lo robado, porque no hubo tal robo. Esta vez lo que les motiva es el amor propio herido y el odio visceral que albergan hacia los triunfadores.

Que hubo irregularidades, sí. Que urge un cambio en el Consejo Supremo Electoral y su presidente, también. Pero nada de eso justifica reclamar –a riesgo dar paso al caos social- un triunfo que ninguna encuesta jamás reconoció.

Con éste mandato el gobierno sandinista debe profundizar los programas sociales que le dieron la victoria, pero también debe hacer un esfuerzo por reformar las instituciones que florecieron del Pacto de 1999, para abonar a la construcción de un país para tod@s, donde los gritos desconsiderados de fraude se ahoguen en su propia mala voluntad y ridiculez.

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martes, 22 de febrero de 2011

Reflexión de un sandinista con verguenza (sin pasarse al otro bando)

Ser de izquierda en éste siglo 21 no es cosa fácil…

Así, sin referente de este y oeste, con marketing y discurso de mercado, con la reflexión cediendo terreno a la gratificación inmediata, y con el confort abriendo las piernas frente a las exhortaciones de lucha, esperanza, perseverancia…

En fin, que en éste camino que andamos los que optamos por la justicia social como norte, es fácil confundirse y agarrar por donde no es. Y éso es humano. Es perdonable.

Lo que no se justifica, es tratar de razonar la matanza del pueblo envuelto en la bandera de izquierda. Y eso, muy a pesar mío y de mi afinidad sandinista, es lo que ha hecho el Presidente Daniel Ortega al solidarizarse con Muammar Al Gaddafi tras la matanza de civiles realizada por el gobierno libio ante las protestas desatadas en los últimos días.

Aunque defiendo (no sin críticas) la gestión de Ortega como presidente de Nicaragua, hoy siento vergüenza frente a sus declaraciones. No es de izquierdas apoyar el accionar genocida bajo ninguna circunstancia. No lo fue cuando lo hizo Stalin y no lo es ahora cuando lo hace Gaddafi so pretexto de defender su Revolución.

Entonces, para saber si vamos bien o mal por éste sendero, no sigamos líderes, sigamos ideas; como la que nos legó Ché en aquella carta: "No creo que seamos parientes cercanos, pero si usted es capaz de sentir la injusticia en cualquier parte del mundo es mi compañero, eso es mucho más importante"

Hoy siento la injusticia de un gobierno que derrama la sangre del pueblo, bombardeando civiles igual que lo hizo Somoza.

Retráctese Presidente Ortega, y recuerde cómo estuvo del lado del pueblo cuando Tacho dejaba caer las bombas sobre el país. Mientras reflexiona aquí seguiremos otros, denunciando con la palabra y recordándole por dónde caminar.

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domingo, 28 de junio de 2009

Breve arranque de indignación ante el golpe en Honduras

Nada justifica el golpe. Nada.

Ni el conflicto de poderes, ni las confrontaciones, ni los errores –humanos por demás- que hubieran podido cometerse en el ejercicio del poder.

Y nada lo justifica, por una sencilla razón: los militares ya tuvieron su turno y no nos dejaron más que sangre, tortura y dolor.

La motivación del levantamiento es la misma de antes: imponer forzosamente la voluntad de la élite ante los destellos de dignidad que de cuando en cuando asoman en nuestros pueblos.

Pero esta vez decimos basta. Decimos no más.

Esta es otra América. Este es otro mundo. No nos queda tiempo (ni deseos) de volver a jugar a los soldados.

Nos levantamos todos por uno, porque si cae uno, caemos todos.

Esta vez ellos, los portadores de fusil y billetera, no nos volverán a arrebatar el sueño
-ni la determinación-

de construir un nuevo continente.

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sábado, 21 de marzo de 2009

Notas de alegría y esperanza en El Salvador


En los pasados días tuve la oportunidad, inesperada por demás, de ir a El Salvador para presenciar las elecciones presidenciales. Gracias a la gestión de una amiga, logré acreditarme como observador electoral, de modo que pude sentir de cerca y hablar con todas las partes envueltas, al menos en el colegio Cristóbal Colón de San Salvador, que fue donde me tocó observar.

Un poco antes de las 5am, ya había que estar frente al colegio para acompañar a los funcionarios de mesa en el proceso de recogido de material electoral. Afuera del colegio, el ambiente era tenso. Con altavoz, un representante de ARENA –el partido de gobierno- gritaba “¡Patria sí… comunismo no!”, mientras que los del FMLN le respondían: “¡Un paso al frente.. con el Frente!”

Y realmente fue un paso al frente… un paso monumental en la historia de ése país. Tras una jornada que duró hasta las cinco de la tarde, y se caracterizó por una alta participación electoral, a eso de las 7pm empezaba a correr con fuerza la voz de un triunfo para los ex guerrilleros y su candidato, el periodista Mauricio Funes.

Era mucha la emoción en el ambiente, no solamente porque era la primera vez en la historia que la izquierda salvadoreña conquistaba el poder, sino porque ése triunfo señalaba el cierre de una etapa.

La derrota de ARENA, apologista de la represión y el asesinato perpetrado contra miles durante décadas, representa la primera gran reivindicación de todos y todas l@s salvadoreñ@s (y extranjeros) que –proponiéndoselo o no- dieron su sangre por un mañana más justo, incluyente y democrático.

El acto de celebración se dio ésa misma noche en la Plaza Más Ferrer de San Salvador, en el corazón mismo de la oligarquía salvadoreña. Un mar de banderas rojas llenaba cada espacio disponible. A mi lado, un hombre de unos 50 años hablaba para sí y para el que quisiera escucharle: “¡Que orgulloso me siento de ser del Frente!...pero no por mí, sino por mis compañeros caídos que no pueden estar aquí para ver ésta victoria…”. Y sonreía con ansiedad expectante, como el niño que recibe un juguete en navidad.

Tras unas dos horas de espera llegó Mauricio Funes, el nuevo presidente. Por primera vez se refirió al FMLN como “mi partido”, y anunció una nueva era en que la justicia social ocuparía un lugar predominante en la agenda de gobierno. Tras agradecer a todos los sectores extra- partido que le dieron su apoyo electoral, hizo una esperada alusión a la memoria en la figura de Oscar Arnulfo Romero, aquél arzobispo que en 1980 fue asesinado por atreverse a ordenar a los militares que en nombre de Dios, cesara la represión. Escucharle decir a Funes que su presidencia sería dedicada a Romero, y ver la respuesta entusiasta de la multitud, hizo recordar aquellas palabras proféticas del mártir: “si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”.

No son pocos los retos que le esperan al nuevo gobierno: administrar en medio de una crisis económica, subordinar la resistencia de parte del aparato castrense, lograr consenso dentro de la alianza multisectorial que se conformó para lograr el triunfo, y satisfacer –en la medida de lo posible- los reclamos justos de todos y todas los que fueron reprimidos por tantos años.

Sin embargo, una cosa es cierta, y es que éste triunfo histórico representa un parte aguas en la historia de El Salvador y América Latina. Es, además, prueba fehaciente de que cuando un pueblo se organiza, el cambio es posible. Paso a paso nuevos aires soplan en el continente, y no es poca la fuerza que victorias como ésta generan en otros pueblos que por momentos sienten desfallecer al no ver próxima la posibilidad de un mañana mejor.

Sin lugar a dudas habrá decepciones y frustraciones en el camino. El no anticiparlo y apostarle ciega y acríticamente al nuevo gobierno, sería ingenuo por demás. Lo que sí puede decirse sin temor a equivocación es que el cambio es motivo de fe y alegría. Porque digan lo que digan, el 15 de marzo los muertos sonrieron, los vivos lloraron de emoción y amaneció una nueva esperanza para el Pulgarcito de América.

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